HARDCORE DE CÁMARA CONTRA LA LÓGICA
Un grupo que es un trío compuesto por cuatro personas: Elena Vázquez (violín), Rubén Abad (guitarra clásica), Marcos Padrón (acordeón) y Laura Iturralde (videoproyecciones). Eso viene siendo Trilitrate: un desafío a la lógica. Músicos de intachable formación académica e impecable ejecución técnica conducidos por un espíritu de rebeldía dadá. Y con unas gotas de buenrollismo naíf. ¿Que qué tocan? “La gente no sabe qué música hacemos, nosotros tampoco”. Como hay que decir algo: una mezcla a priori inverosímil de neoclásica, folclore balcánico, músicas del mundo, improvisación libre, post-rock ruidista, guiños metaleros. Y con un creativo telón de fondo ejecutado en tiempo real, cuando tocan en directo. Antes de seguir quizás el lector\a prefiera detenerse a escuchar de qué demonios estamos hablando.
La música es el reino de las etiquetas. Hay que definirlo todo, en parte por una simple necesidad comunicativa: explicarle a alguien a qué suena ese artista que no conoce. Al menos así era en la época anterior al acceso inmediato a toda la fonoteca de la historia. Los vigueses Trilitrate también buscaron su propia etiqueta, aunque, en este caso, de entrada no clarifica nada. Después de conocerlos, resume bien el alma del grupo.
Entonces, ¿qué es eso del “hardcore de cámara”?
Unos segundos de silencio en una agradable azotea de Alcabre.
Elena: Tocar muy fuerte (risas)
Rubén: Pueeeeessssss… no sé explicarlo. No es por un estilo en concreto, más bien es por esa actitud que hay dentro del mundo del hardcore, en la que nos sentimos a gusto. El hacerlo nosotros mismos, y sobre todo, que este tipo de música que tocamos sea más cercano. Normalmente es elitista. Nosotros queríamos que fuese algo mucho más plural. Aunque el hardcore nos mola, con este tipo de instrumentación es imposible sonar a hardcore. Pero está bien intentarlo y que salga lo que sale.
Lo que sale le ha llevado a tocar en los escenarios más variopintos: desde salas del circuito underground -que es el espíritu que alimenta todo el proyecto- a festivales de jazz, de hardcore, de música étnica o de punk, como uno en Salamanca en el que la gente “acabó llorando”, ante lo inesperado de su concierto. Vieron que lo de subirse a un escenario de dos metros ante un público ávido de guitarrazos no tenía muchas trazas, así que renunciaron a amplificar sus instrumentos acústicos y tocaron en el suelo. Rubén remata la historia: “Fue la hostia, con todo el mundo en silencio”. Otro momento que recuerdan con cariño fue su colaboración con El Niño de Elche -uno de los artistas más innovadores de la música española en lo que va de siglo- en el WOS INC 2015, en la iglesia de la Universidad de Santiago. Apenas 30 minutos antes de la actuación se vieron, intercambiaron unas pocas frases sobre qué iban a hacer y tocaron tres temas. El idioma de la música. “Fue muy bonito”, resume Elena.
Encajan en cualquier programación, pero puede que también en ninguna, un aparente sinsentido muy Trilitrate. Ocurre que detectan un doble filo; el ser tan peculiares puede ser la excusa para que alguien diga “no sé dónde meter a estos”. “Hay gente que no lo ve en ningún lado”, dice Elena, aunque en general el balance es positivo.
Habrá a quien la anterior historia de un grupo de punkis llorando de emoción con su música le parezca hiperbólica sin pruebas documentales mediante. Pero otra cosa que enseguida transparenta esta banda es su honestidad. No tardan ni diez segundos de entrevista, por ejemplo, en señalar su fuente de inspiración. Nada de guardar el arcano. “Empezamos en 2012 gracias a un grupo que se llama Tin Hat, tenemos una formación muy parecida a la suya. Nos gustaba mucho cómo sonaban”, cuenta la violinista, Elena. Más adelante Rubén, hablando del proceso de composición, suelta: “Me molan muchísimo las músicas étnicas. A veces se trata de plagiar directamente un estilo. ‘Mira cómo mola esto, vamos a hacer uno igual’”. Hace unos meses estuvo en Turquía y se compró un laúd que está aprendiendo a tocar, razón suficiente para que el siguiente disco suene más árabe. Ese nivel de sinceridad, no tan habitual, y ese humor iconoclasta también se dejan ver en las descripciones de sus piezas que ellos mismos hacen en su Bandcamp.
Por ejemplo: «Aparca La Nave En El Rincón Del Distrito Mutante Que Tengo Faena parte de una idea que desarrollamos entre los tres basándonos en la traducción en morse de la palabra TRILITRATE, tras la traducción asignamos notas al azar al ritmo, a través de ese sistema dadaísta, por no decir de mierda, se desenvuelve el resto del tema. El largo encabezamiento del corte es un homenaje a las distintas asociaciones sin ánimo de lucro en las que hemos tenido el honor de actuar (Nave 1839, Rincón Pío Sound, Distrito 09, Líceo Mutante, Faena II), esperemos que podamos ampliarlo con más!»
¿Cómo es eso de estar en un grupo y no tocar ningún instrumento?
Laura: Pues para las fotos es un poco complicado.
Minutos antes, en la sesión fotográfica, el no tener qué agarrar a la hora de ponerse frente a la cámara había sido motivo de chanza. Bromas al margen, la artista Laura Iturralde explica que desde las primeras veces que empezaron a trabajar juntos sintió que estaba tocando un instrumento más. Los visuales que crea se hacen en tiempo real desde el mismo escenario en el que los otros tres tocan, a través de la manipulación de objetos, el juego con la cámara y la mezcla con otras imágenes que ya lleva grabadas. En general el espectáculo está diseñado, pero como los instrumentistas dejan espacio para la improvisación, ella también se adapta.
Después de Faláchesme na man -de 2013, año en el que se incorporó Laura para crear las proyecciones- sacaron a finales del 2016 Frutal Death, que les ha proporcionado una extensa gira que está dando sus últimos coletazos. Tocan en el festival Músicas de Sofá de O Carballiño el 3 de agosto y el 7 del mismo mes en el Noroeste de A Coruña. Además de la banda sonora para un corto, ya preparan su nuevo disco, que calculan estará listo el próximo año. El proceso de elaboración está siendo arduo. Tienen una premisa: no repetirse. Dado que en su corta discografía han viajado por numerosos estilos, incluso dentro de un mismo tema, la cosa se complica, literalmente. “Hay una escalada de dificultad técnica, no de ideas. Ideas tenemos como churros, de hecho me gustaría que fuese un disco doble”, explica el guitarrista, Rubén. “¡Buff! ¡Hay que estudiar!”, resopla como reparando en algún pasaje en concreto.
No se entiende -si es que se entiende algo- Trilitrate sin su “deformación” académica. Su repertorio está en un nivel de ejecución inalcanzable para el músico medio de un género popular. Tanto Elena, la violinista, como Marcos, al acordeón, tienen el título superior de Música; Rubén se quedó a las puertas. Su caso personal da pie a un debate sobre la enseñanza reglada.
Rubén: Lo dejé a falta de seis asignaturas. Después de varios ataques de ansiedad dije: “Paso”.
Elena: Yo tengo que decir que no lo pasé mal; a mí el clásico me gusta mucho y lo sigo tocando.
Rubén: A no, no tiene nada que ver. A mí me flipa la música clásica, incluso es la música que más escucho. Pero tuve muy mala experiencia en el conservatorio. Conocí a mucha gente muy guay y aprendí muchas cosas, pero si tuviese un hijo al que le gustase la música no lo metería ahí (…) Y que conste que el conservatorio es una institución muy necesaria.
Se quejan de métodos anquilosados: “En violín hay una manera de enseñar muy rancia, muy rusa. Te deja muy poca libertad musical”, describe Elena, que no empezó a tocar música que no estuviese escrita en una partitura hasta que llevaba 13 años en el conservatorio. Fue con la Orquesta de Música Espontánea de Galicia (O.M.E.GA.), un proyecto de improvisación libre pionero en la comunidad. “Fue maravilloso, me abrió un mundo”. Uno infinito, a juzgar por su desarrollo en Trilitrate. En ese sentido el acordeonista tuvo más suerte; al carecer ese instrumento de una tradición de siglos en la música culta, durante sus estudios ya tenía contacto fluido con otros estilos. Para rematar esta cuestión y “pasar a cosas más alegres”, también se quejan de profesores que llevan décadas sin tocar el instrumento que enseñan.
Tampoco se entiende a Trilitrate sin el espíritu underground ya mencionado arriba. Se integran en la Metamovida, ese colectivo a caballo entre Pontevedra y Vigo que da cobijo a muchas de las propuestas más interesantes salidas de Galicia en la última década: los disueltos Unicornibot, Cró! (en los que toca Rubén), Pálida, diola, el dúo femenino BALA -la última gran esperanza del rock alternativo gallego- o la propia Orquesta Metamovida, en la que se reúnen muchos de ellos sobre un mismo escenario para practicar la improvisación libre conducida. Trilitrate traslucen voluntad por crear su música al margen de dictados comerciales, transmiten fraternidad entre ellos y contagian entusiasmo sobre las posibilidades de una cultura viva, pero eso no quiere decir que no tengan tiempo para denunciar el estado de cosas.
Los tres músicos sobreviven como profesores, pese a la cantidad de proyectos en los que están involucrados. Rubén echó cuentas: en 2017 hizo 76 conciertos y no puede ganarse el pan con esos ingresos. Un sencillo cálculo pone números a la situación.
Elena: Es una barbaridad de conciertos. Si estuviesen pagados como deberían podríamos vivir los cuatro de tocar.
Marcos: Podríamos vivir los otros tres de Rubén (risas).
La crítica al panorama cultural se extiende durante varios minutos, con dardos incluidos al papel de la instituciones, también las de Vigo. Y el asunto deriva hacia una reflexión más de fondo sobre el mundo de hoy.
Rubén: La gente no valora la música. Parece que las cosas que son realmente relevantes -la filosofía, el arte, lo que te hace pensar o está relacionado con la belleza- cada vez importan menos. Cuando ves una enciclopedia no entiendes nada. ¿Cómo es posible que aquí aparezcan solo nombres de músicos, filósofos, artistas y ahora no signifiquen nada? Es muy extraño. Pero nosotros seguiremos.
Elena: ¿Y qué vamos a hacer?
Rubén: Yo me meteré en la Escuela de Idiomas por si tengo que emigrar. Voy a estudiar francés, para ir a Vietnam.
Es dudoso que a día de hoy el francés aporte plus alguno a la hora de ganarse la vida en la antigua Indochina. Pero quién sabe, con Trilitrate la lógica es lo de menos.
La música de Vigo, en seis preguntas
Vuestro grupo/artista de Vigo favorito:
Rubén: Cuarteto Dumka.
Elena: Cró!
Marcos: diola.
Lau: Pálida.
Un sitio para tocar en Vigo:
Rubén: Cine Fraga.
Elena: Panificadora rescatada como espacio cultural.
Marcos: La Galería Jazz.
Lau: Castrelos.
El mejor concierto de Castrelos:
Trilitrate: El próximo Festival Metamovida.
Un grupo/artista de Vigo al que reivindicar
Rubén: Comando Radar.
Elena: Es Un Árbol.
Marcos: diola.
Lau: Igmig.
The next big thing de la escena viguesa
Sesións Halo.
¿Qué opináis de la escena musical en Vigo?
Marcos: En los últimos años es cada vez más abundante, pero cada vez hay menos espacios para que se desarrolle. Con lo que está pasando en Santiago (con la Ley de Espectáculos) y su onda expansiva, cosas como Trilitrate no podrán funcionar.
Laura: Pasa con el panorama de las artes en general. Hay mucha gente haciendo muchas cosas, pero no hay espacios, también aquí en Vigo. Si hubiese algo de voluntad por parte de las instituciones…
Marcos: Solo hay voluntad política para apoyar el folk y la música tradicional. El resto es subsistir, un mar de buscarse la vida. Es ilusionante tener un grupo en el que puedas volcarte, pero por otro es una putada, porque que salga adelante depende de cosas extraordinarias.