Iago Fernández

EL JAZZ, EL RITMO DE LA FELICIDAD

Como los personajes de la Rayuela de Julio Cortázar, en “el tiempo de la música, el tiempo del otro lado, no el de los relojes” es en el que se siente a gusto el batería Iago Fernández. “Tengo el pecho tranquilo pero el bolsillo casi siempre vacío (…) Nadie se mete en el jazz para buscar dinero, sino para buscar felicidad”, proclama -y suena casi a manifiesto político-, este cangués de 31 años y habilidad hechizante con las baquetas, probablemente uno de los mayores talentos que ha dado Galicia en este género en la última década. Ahora está a punto de embarcar rumbo a Suiza, una historia de emigración particular.

A ese destino de tantos jóvenes gallegos, en concreto a Basilea, se va Iago Fernández a finales de septiembre. Ha sido seleccionado entre músicos de todo el mundo para participar en un programa especial de la prestigiosa escuela Jazz Campus. Junto con otros seis instrumentistas formará una banda que se pasará los siguientes 10 meses trabajando bajo las órdenes de un músico de renombre internacional cada semana. “Aprendes muchísimo de gente con la que es complicado tener contacto en la vida real”, comenta el baterista, motivado por la idea de estar dedicado totalmente a la música y, como recibirá además un sueldo, no tener que decir que sí a “mil trabajos” para ganarse la vida. “Podré pensar simplemente en qué quiero estudiar, en qué quiero componer, en investigar y en aprender. No creo que pueda tener esto el resto de mi vida”.

Y es que la realidad de un músico de jazz es precaria. Iago tiene tres discos como líder a sus espaldas –Agromando (2011), Acougo (2015) y Brisa (2016)-, ha participado en numerosos proyectos y ha puesto el ritmo en directo a músicos como Steve Nelson, Avishai Cohen, Omer Avital o Perico Sambeat. Los ingresos que obtiene de toda esa actividad le dan para ir sobreviviendo en su Cangas natal, poco más que pagarse la casa, la comida y la gasolina. Tampoco le preocupa -”estoy contento con este equilibrio”-, aunque es consciente de que quizás con los años surjan otras pretensiones. Eso sí, le apena que la música de su banda y la de otras en las que participa no tenga más difusión. “Lo he sentido en varios momentos, piensas: ‘¡Joder, qué bien suena esto’! Te da rabia no poder conseguir más actuaciones”. Además, está obligado al desgaste de ser su propio manager, productor “y de todo”, aunque él tiene claro que su prioridad es “palpar mucha más música y no hacer de oficinista”. Con todo, es optimista y confía en que su situación y la del jazz mejore.

Antes de irse a Suiza, Iago Fernández tiene una misión: que todo salga bien en el Canjazz, festival que coorganiza junto a su inseparable Xan Campos, pianista con el que comparte escenarios, estudios de grabación y una amistad de casi dos décadas. El evento, que se celebra entre el 19 y el 22 de este mes, se cerrará con la primera actuación de ambos músicos desde que en 2014 tomaron el testigo de Luís Carballo. Lo harán integrados en el quinteto del contrabajista argentino Demian Cabaud. Será un concierto especial, empezando por la propia formación, con dos baterías tocando a la vez. El otro par de baquetas corre a cargo de Jeff Williams, una leyenda viva del jazz.

Iago da una idea de lo que se encontrarán los espectadores: “Es en el grupo en el que he tocado en el que más porcentaje de imprevisión e improvisación hay. Con lo que eso conlleva; por un lado es genial sentirse tan libre, por otro es complicado, porque cuántas más limitaciones hay más fácil es conseguir que el resultado sea potente, porque calculas a dónde quieres llegar. Cuando hay mucha más libertad, como en el free jazz, se hace más difícil. Pero al mismo tiempo es genial la experiencia, es vivir el momento. No es calcular, es dejarse llevar y estar todo el rato al 100% con las orejas abiertas”.

Iago Fernandez en accion Janite
Iago Fernández, en acción | Janite

La pasión con la que el batería habla del jazz sugiere algún tipo de amor a primera vista con este género. Intuición errónea; en verdad pasaron varios años desde sus primeros contactos, a través de la big band del Conservatorio de Cangas, hasta que se enganchó del todo a esta música. De adolescente prefería el fútbol. Eso sí, recuerda los primeros discos que le regaló su padre cuando empezó en el Seminario Permanente de Jazz de Pontevedra: el recopilatorio Spiritual de John ColtraneThe Best of Bill Evans on Verve -”a día de hoy un disco aún muy importante para mí”-, uno del vibracionista Milt Jackson con Wes Montgomery, y en el cuarto duda, pero que cree que fue el Balads de, otra vez, Coltrane.

Pero no fue más tarde hasta que Iago Fernández vio clara su vocación. Antes tuvo que pasar una experiencia fallida en la universidad; empezó la carrera de Matemáticas pero a los tres meses vio que no era lo suyo, se volvió a Cangas, acabó el grado medio en el Conservatorio de la villa y supo que debía dedicarse al jazz. Así que preparó las pruebas para los centros superiores de San Sebastián -Musikene- y de Porto. Lo aceptaron en el primero y allí se fue, a encontrarse con su amigo Xan Campos. Precisamente en esa escuela, el pianista formó su trío, con Horacio García de contrabajista y, cómo no, Iago a la batería. De algún modo, fue aquello fue la profesionalización de una relación musical que había comenzado cuando ambos tenían 13 años y quedaban a tocar después de las clases en el conservatorio. “Estábamos muy conectados musicalmente”, una conexión que perdura: siguen compartiendo formación en multitud de proyectos, porpios y ajenos; en el último han unido fuerzas con el guitarrista y cantante vigués Pachu Doblas para formar Ghost Beast, una banda de pop sofisticado, con Campos a los sintetizadores.

Esta última internada en territorios ajenos al jazz, en todo caso, no es nada sorprendente si se repasa la discografía de Iago Fernández, asentada en una visión del género muy poco canónica. Tanto que en una misma oración puede enumerar como influencias a la brasileña Elis Regina, a la banda de rock Radiohead -en su primer disco figura una revisión de Pyramid song– o al totémico Coltrane.

“El jazz lo veo de manera muy orgánica y natural. Tuve la suerte de que nadie me dijese ‘eso es una mierda, no vayas por ahí’. A lo mejor hay gente que hace que te cortes las alas, pero yo siempre viví el tema de la música de una manera muy natural. En el momento en que empecé a componer -fue tarde, con 22 años- simplemente busqué cosas, a ver qué salía. Tengo influencias de todo lo que escuché y no tengo miedo. Cuando me pongo a escribir no pienso mucho en la estética”. Una actitud ajena a lo académico que también utiliza en su método compositivo. Su disco Acougo, por ejemplo, lo escribió mediante la guitarra, un instrumento que toca a un nivel bastante básico. “Empecé a investigar, tocando y cantando, y cuando tenía algo que me gustaba veía qué notas eran, qué acordes, y lo ponía en el papel. Fue un proceso mucho más intuitivo, más de oreja”.

De las músicas que le han marcado, la primera que le viene a la lengua es la brasileña, todos esos compositores e intérpretes -la citada Elis Regina, Jõao Gilberto, Tom Jobim- que en los 50 y 60 revolucionaron la tradición de su país y tuvieron un enorme impacto en el jazz estadounidense. Iago la escuchaba de pequeño, con su padre en el coche. Menos clara que la huella brasileña en sus composiciones ve la de la música tradicional y folk de Galicia, pese a que más de una vez gente de aquí y de fuera ha etiquetado su trabajo como ‘jazz galego’. Él no lo ve del todo claro, ya que nunca se ha sentido vinculado a ese legado -que respeta y le parece importantísimo para la identidad del país, aclara-, más allá de algún disco de Fía na roca o Berrrogüeto que escuchaba de adolescente. “A lo mejor es algo que tiene que ver con el entorno, con el mar. A lo mejor hay algo”, reflexiona.

Faro: En el jazz nunca se deja de investigar, ¿no?

Iago Fernández: Nunca se debería dejar de investigar en ninguna carrera, tampoco en Medicina o en la enseñanza. No le veo sentido a estancarme, si me estancara me entraría una depresión. Estoy en esto apasionado y el único sentido es seguir, seguir y seguir. Sin pretensiones de ser mejor que nada. Simplemente sentir que avanzas. Y para eso tienes que seguir trabajando.

Eso hará durante el próximo año en Suiza: continuar esa búsqueda interminable, como la que inmortalizó Cortázar en otro de sus clásicos. Será que todos los que tienen el veneno del jazz dentro son unos perseguidores. Algunos, como Iago Fernández, más optimistas y menos autodestructivos que el trasunto de Charlie Parker que protagoniza el relato del escritor argentino.

La música de Vigo, en seis preguntas

Tu grupo/artista de Vigo favorito:

Dani Font.

Un sitio para tocar en Vigo:

Casa de Arriba, La Iguana.

El mejor concierto de Castrelos:

Só asistin a moi poucos, e dende a parte de arriba. O último foi Supertrump (hai uns anos xa).

Un grupo/artista de Vigo al que reivindicar

Uns cantos músicos de jazz.

The next big thing de la escena viguesa

Non teño nin idea, pero vou dicir Ghost Beast (autobombo).  

¿Qué opináis de la escena musical en Vigo?

Opino que hai bastante calidade e variedade, incluso certa camaradería e bo rollo entre músic@s, pero sigo notando tamén unha arrogancia ou falta de humildade en moitos artistas/grupos (concretamente na cidade de Vigo)…Cren que Vigo “es lo más” así como os madrileños cren o mesmo de Madrid; actitudes equivocadas que dificultan unha evolución máis transversal e madura.

Quién es

Iago Fernandez con Cangas a sus espaldas Cristina Grana


Iago Fernández

Graduado en el centro superior de música del País Vasco, ha tocado en los festivales de jazz más importantes del Estado (Getzo, San Sebastián, Ibiza…) en varios países extranjeros. Ha grabado tres discos como líder -AgromandoAcougo y Brisa– el último de los cuales le valió para ganar el premio Martín Códax al mejor proyecto de jazz. Ha tocado con numerosos músicos de renombre internacional, como Petros Klampanis, Jesús Santandreu o Marcus Strickland, al margen de los citados en el reportaje y varios más. A día de hoy está involucrado en los siguientes proyectos: Juzz (sexteto de Virxilio da Silva), E.S.D. (cuarteto electrónico de Xan Campos), Wilfried Wilde Quintet, João Mortágua «Mirrors», Demian Cabaud «Astah», Ghost Beast.

En cuatro notas


Del conservatorio de Cangas y de ese vivero que es el Seminario Permanente de Jazz de Pontevedra salió Iago Fernández, un batería de una técnica y una creatividad de las que noquean. A sus 31 años ha sido seleccionado entre músicos de todo el mundo para pasar un año en la prestigiosa Jazz Campus de Basilea, donde a partir de septiembre recibirá clases de algunos de los más grandes del género.